lunes, 16 de agosto de 2010

Fiebre

Tuvo que rodearla para llegar hasta ella, pues la maldita urbanización había alcanzado ya estos lares de verdes prados y la había transformado en una parte más de la violenta ciudad.

Se acercó con una botella en la mano y tambaleándose. No sé si por el exceso de alcohol o por el exceso de recuerdos .Caminó y llegó al umbral de esta vieja casa campestre, derruida, como su espíritu, por el paso del tiempo. Intentó contener su cuerpo en el aire, cayendo de bruces contra la entrada, despertando por un instante de su sopor.

Se levantó rápidamente, sacudiendo los malos espíritus. Buscó alguna llave o algo como penetrar esa puerta llena de moho, de humedad. Alguna forma cómo violar la madera putrefacta de este refugio, de su antiguo refugio. No encontró nada. Entonces fue que forzó la chapa y entró. Fantasmas de su memoria habitaban el lugar, podía sentir los pasos, la música, el amargo olor a cerveza derramada, a licor barato, a cigarro. La fiebre y la locura que causa todo lo anterior junto y la falta de alguien a quien le importara lo que sentían.

Entonces la contempló, ahí, mirando sin saber qué hacía en ese momento. Pero él si sabía, venía por él, venia a buscarlo. Y aunque no se conocieran, ella se encontraba ahí para llevarlo lejos y sacarlo de este mundo, extender sus alas y escapar de todo ese lodo en el que se encontraba, y aunque sea por unos instantes, sentirse valorado, lejos de la vida, de la grisácea sociedad, de los dimes y diretes, de la eterna duda.

Se acercó a la chimenea y se afirmó en el borde, miró los restos de madera seca, hojas, poemas y sueños que quemaban para no morir de frío ni de soledad en las noches. Podía rememorar esa melodía de blues grasoso, de tristeza. Se dejó llevar por el oído y subió la escalera, pisando cada peldaño, escuchando el crujir de la madera, para él, mucho más fuerte que antes, pero quizás el pasar de los años le había jugado una mala pasada.

Las manchas de sangre seguían demostrando que después del incidente nadie había pisado esas tablas en mucho tiempo. Pasó por el baño, con su puerta aun en el piso y esa maldita gotera que les impedía dormir por las noches .Cuando intentaban dormir, cuando el humo de los inciensos y los alucinógenos no les servían de cuna ni les arropaba como nunca alguien lo había hecho. Entonces el seno materno lo cambiaba por el de ella, y dormía sabiendo que mientras estuviesen ahí nadie les molestaría, pues todos pensaban lo mismo y sentían las mismas cosas en el pecho cuando pensaban en retornar a sus hogares ¡ HOGARES!...para ellos ese era su hogar y el lugar de donde provenían no merecía que lo llamaran así.

Cruzó el pasillo y llegó al dormitorio. Entró, se sentó con la espalda en la pared, al lado de esa cama de bronce, aun con sabanas manchadas con sudor, con el sudor de ellos dos. De un sorbo bebió la mitad del whisky que llevaba, pero no tenía el mismo sabor de antes, de esos tiempos. Ese sabor de “siempre estaremos juntos”, ese sabor de amor juvenil, de sentir el jadeo incesante del otro mientras se besaban. Ahora sabía amargo, agrio, podrido como su alma. Un sabor que no quería sentir, pero sin hacerse caso, con un instinto auto flagelante, lo seguía bebiendo, con esa nota perfecta llamada silencio como telón de fondo de su incesante agonía.

Por la ventana se colaba algo más que el viento, se colaban los recuerdos, entonces un aullido de pistola destruyó la macabra sinfonía, el whisky se mezcló con la sangre y la mano suicida la sostenía aun humeante.

No había nada que hacer, ella ya no estaba.






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