Bebía birra en la barra del bar de mala muerte que habíamos acordado. Bebía un vaso tras otro, como el agua que se le da al moribundo, como última plegaría antes de partir. Había perdido la cuenta después del séptimo u octavo trago. Luego de eso la sensación es siempre la misma: como si tu cerebro fuese mas grande que tu cabeza y el universo se confabulara para girar en torno tuyo como planetas al sol. Sin embargo, me gustaba. Se sentía más confortable caminar en línea recta cuando el mundo te da vueltas que caminar del mismo modo cuando la galaxia te hace la tarea más fácil.
Como dije, esperaba aquí, un vaso tras otro, así se había acordado. Aquí llegaría el mensajero del “Negro” a cobrar su paga. ¿Le debía cuánto?, unos 400 o 500 mil pesos, dinero que necesitaba para…para bueno, ¡para lo que necesitara el dinero no es problema tuyo, imbécil!
Llevaba en el bolsillo izquierdo del pantalón la plata que debía, mientras en el otro llevaba el dinero para beber, y justo en el medio, entre los dos bolsillos, una calibre 22 en caso de que el mensajero no respetara el acuerdo, mal que mal, así son las verdaderas leyes.
Pedí otro vaso más. A mis espaldas estaba la puerta de entrada. Hoy no había mucha concurrencia. Un par de mesas estaban vacías junto al acceso, con dos paredes acechando como dos caudillos en la entrada de un castillo, manchadas por los rayados de los perdedores como yo que frecuentaban ese lugar.
De pronto sentí unos pasos que se detuvieron en la puerta. Estuvieron quietos un rato, luego una voz dijo:
-¿Dónde está “El lobo “?- Me gustaba fastidiar a los matones. No sabría explicarlo, pero era un placer que corría por mi espina mientras hacía que se sulfuraran aquellos seres supuestamente superiores.- ¿Está aquí?- Repitió. Luego se volvieron a escuchar pasos, pero esta vez mas cortos y pararon luego de unos segundos.- ¿Dónde esta ese güeón?- Yo continuaba de espaldas a la puerta.
Se escuchó un cuchicheo. Era un hombre cobarde el que hablaba, como la mayoría de los que ahí estaban. Hablan tan solo porque se les apunta en la cabeza. Yo ya no era así, ya no le temía a la muerte, la vida ya era demasiado cruel para temerle. Seguramente el idiota le dijo donde estaba, acabando con el juego- ¡Oye tu, el de chaqueta negra!- Ese era yo, pero solo por molestar me haría el sordo hasta que se sentara a mi lado, mientras tanto terminaría mi bebida.-A ti te hablo, güeón. Hijo de puta. - Había algo que nunca toleraría; eso era que me sacaran la madre. Yo sabía perfectamente quien era, era realmente lo que se podía llamar un “hijo de puta”, pero mi madre no era una perra, ella no tenia la culpa de lo que me convertí. SI había alguien a quien debiesen culpar, ese era yo, yo era el maldito.
Tomé el vaso, me volteé y lo arrojé contra la pared. Se rompió en una hermosa lluvia de cristales que dejó atónitos al resto de los presentes. El matón me seguía mirando, mi metro y 90 centímetros no le entregaban mucha confianza, mientras mis brazos gruesos, llenos de pelos y tatuajes, me hacían ver aun más grande. Por algo me decían "el lobo", pues al amparo de la luna mis presas caían fácilmente.
Me acerqué sin que pudiera prevenirse, lo arrojé contra una de las paredes laterales a la entrada y posé mi antebrazo en su cuello. Saqué mi pistola de su escondite y se la puse en los huevos. Había aprendido ,con el tiempo, que los hombres le tememos mas a perder los testículos que a la muerte, quizás sea algo instintivo, algo que tenga que ver con la conservación de la especie, pero nunca lo he entendido.
-Repítelo, conchetumadre-apreté mas el cañón contra la carne-¡Repítelo, mierda!- El pobre tipo tiritaba y no podía emitir palabra. Decidí hacérselo más fácil. Saqué mi antebrazo de su cuello y lo liberé. Pero ahora lo apuntaba al corazón.
-Pégame, gueón – Nunca me había gustado comenzar una pelea. Pero no respondía, no cooperaba con comenzarla.- ¡Pégame, conchetumadre, pégame si eres hombres!- Lanzó un puño que apenas sentí, un poco más abajo del hombro. Era como si una niña me hubiese golpeado. Quería pelear con un hombre, no con una niña. El salón giraba alrededor, la euforia extra en el alcohol comenzaba a hacerme efecto.
Seguramente la pistola aun lo asustaba, la guardé en la parte trasera de mi pantalón.
- ¡Ahora po`, pégame, estoy desarmado, pégame!-la desesperación ganó y el matón me dio un feroz golpe en la nariz. No la rompió, pero la sangre comenzó a brotar de ella. Me había animado a pelear. No me gustaba comenzar los encuentros, pero esta vez quería mover el cuerpo. Esquivé todos lo que lanzaba. Era rápido pero exasperado, aun joven. Con un par de años más sería tanto o más fuerte y bueno para esto que yo, o terminaría muerto con dos balazos en la espalda, por los pacos o por ajuste de cuentas. No calculaba más de 19 años en sus movimientos. Era moreno y su rostro, francamente, era horrible. No ocultaba su labor en la cara.
Esperé. Logré bloquear los golpes más poderosos y los más débiles los recibía como caricias. Pronto me aburrí, le apliqué un trompazo en la cara, un gancho en el estómago, y luego, cuando se agachó por el dolor, un codazo en la cabeza para derribarlo. Quedó tirado en el suelo. A pesar de mis casi 40 años, aun podía vérmelas con esta clase de gente .Tenía la experiencia para derribarlos con pocos golpes mientras ellos se desesperaban, sin darse cuenta de cómo los estudiaba.
Lo tomé en brazos y lo senté en una mesa. Pedí dos cervezas, las más baratas que hubiese. Dejé una frente a su cuerpo, un poco maltrecho, y comencé a beberme la otra. Puse el dinero al lado de su trago. Cuando despertó fue como si todos los soldados del desembarco en Normandía hubiesen caminado sobre su espalda. Me miró y no dijo nada.
-Ahí está la plata. Dile al Negro que gracias.- Empiné la lata - Otra cosa, nunca mas me saques la madre, güeon. La cerveza ya la pagué.- Su labio, en el lado inferior izquierdo estaba sumamente hinchado
-Gr…gr…gracias…- dijo, trémulo. Qué lástima, aun era un muchacho y ya estaba metido hasta las bolas en el lodo de la vida.
-De nada.- Tomé lo que quedaba de cerveza y me marché.
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